miércoles, 13 de mayo de 2009

MAYO 2009


ORACION Y LETANIAS A SAN LUIS ORIONE
San Luis Orione, que desde tus más tiernos años sentiste una irresistible atracción hacia Dios, y, animado por una devoción filial a la Santísima Virgen, ofreciste la vida entera en holocausto de amor a Cristo y a la Iglesia, en generoso servicio de caridad hacia los hermanos, especialmente hacia los que sufren y los pobres, tus predilectos: Obtennos la gracia de seguir tu ejemplo, para servir a Dios y al prójimo con tu misma generosidad y difundir ampliamente el mensaje de amor que Dios, por tu intermedio, ha querido comunicar al mundo entero. Amén.


Señor, ten piedad
Cristo, ten piedad
Señor, ten piedad
Santa María, ruega por nosotros.
San José, ruega por nosotros.
San Luis Orione, ruega por nosotros.
Hijo de la Divina Providencia, ruega por nosotros.
Totalmente abandonado en la Providencia del Padre, ruega por nosotros.
Formado en la escuela del crucificado, ruega por nosotros.
Viviste para centrarlo todo en Cristo, ruega por nosotros.
Enamorado de María, la Madre de Dios, ruega por nosotros.
Lleno de confianza en la Santísima Virgen, ruega por nosotros.
Devoto de San José, ruega por nosotros.
Amante de la pobreza, ruega por nosotros.
Sacerdote humilde y obediente, ruega por nosotros.
Sacerdote puro de corazón, ruega por nosotros.
Padre de los huérfanos, ruega por nosotros.
Confidente de los jóvenes, ruega por nosotros.
Misionero en los países más pobres, ruega por nosotros.
Fiel a la Santa Iglesia y al Papa, ruega por nosotros.
Tú que trabajaste y sufriste por la unidad de la Iglesia, ruega por nosotros.
Maestro de confianza en la Providencia de Dios, ruega por nosotros.
Tú, que nos enseñas el amor al Papa, ruega por nosotros.
Tú, que quieres que caminemos a la cabeza de los tiempos, ruega por nosotros.
Ejemplo de silencio y de perdón, ruega por nosotros.
Tú, que nos enseñas a amar aun a los que no nos quieren, ruega por nosotros.
Tú, que nos enseñas a hacer siempre el bien, y a nadie el mal, ruega por nosotros.
Tú, que intercedes por los no creyentes, ruega por nosotros.
Tú, devoto de las almas del purgatorio, ruega por nosotros.
Amigo de los pobres y despreciados, ruega por nosotros.
Defensor de los derechos de los pobres, ruega por nosotros.
Consuelo de los que sufren, ruega por nosotros.
Incansable buscador de los pecadores, ruega por nosotros.
Intercesor nuestro ante Dios, ruega por nosotros.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, escúchanos Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros Señor.

MAYO 2009


SANTO DE LA SOCIEDAD Y DE LO COTIDIANO


Don Orione no es santo porque se lo canoniza, sino que se lo canoniza porque vivió como un santo y así lo han percibido la sociedad y las personas que tuvieron relación con él o recibieron los frutos de su opción y su trabajo, particularmente los más necesitados y excluidos de la sociedad: los enfermos, las personas con capacidades diferentes, los niños y todo aquel que tuviera un dolor o sufrimiento. Lo que daba valor al encuentro con Don Orione, sobre todo en los últimos años de su vida, era su fama de santidad. En el barco que lo traía a la Argentina en 1934, el Cardenal Pacelli lo señalaba a la gente diciendo: “Besen la mano a Don Orione, que es un santo”. Los amigos, los bienhechores, los necesitados que hacían la fila en Milán, en Génova, en Buenos Aires, para hablar con Don Orione, buscaban en su mirada un reflejo del rostro paternal de Dios. Toda la vida de Don Orione fue un camino de santidad, que lejos de quedar encerrada en el ámbito de la Iglesia, pretendió llegar hasta lo más profundo de la sociedad y sus estructuras: “Tenemos que ser santos, pero no tales que nuestra santidad pertenezca sólo al culto de los fieles o quede sólo en la Iglesia, sino que trascienda y proyecte sobre la sociedad tanto esplendor de luz, tanta vida de amor a Dios y a los hombres que más que ser santos de la Iglesia seamos santos del pueblo y de la salvación social ”.Lo extraordinario de un santo es que vive en forma extraordinaria lo ordinario, la vida de todos los días. Sin dejar de reconocer en Don Orione características personales de excelencia, sobresale en él su humildad, su sencillez, su capacidad para escuchar los gemidos de la sociedad, su actitud compasiva para vincularse con el sufrimiento humano, su pasión y trabajo incansable, su audacia e iniciativa, su picardía para hacer mucho con poco, su generosidad. Fue padre, prójimo, amigo, protector. En su acción por la justicia y los pobres fue un “santo rebelde” que desconcertó a propios y ajenos. Y fue un santo que confió siempre en la Divina Providencia. Don Orione nos pide con su santidad que tengamos entrañas de misericordia ante el dolor y el sufrimiento.

¡ VIVA SAN LUIS ORIONE !

MAYO 2009



«Me di cuenta de que sus ojos brillaban por las lágrimas …»
por Ignazio Silone


Lo conocí en 1916. Le vi de pasada después del terremoto de la Marsica, en 1915. Recuerdo, porque estaba yo presente, que don Orione había recogido un grupo de niños salvados del desastre y sin familia. Don Orione estaba esperando para llevárselos a Roma, pero la línea ferroviaria estaba interrumpida y para llegar a la primera estación había que recorrer otros cuarenta kilómetros. En el lugar estaba ya el rey con todas las autoridades del séquito y sus automóviles estaban parados. Don Orione comenzó a subir a los niños a algunos coches para ir a la estación. Los carabineros de guardia se oponían, pero don Orione parecía no hacerles caso y seguía subiendo a los niños. Mientras tanto llegaba el rey con su séquito para subir a los coches. Don Orione se presentó respetuosamente y le expuso el motivo por el que estaba subiendo a los pequeños huérfanos a los automóviles. El rey aceptó el deseo de don Orione y le permitió que transportara a los pequeños. Don Orione subió con ellos en el primer tren y los acompañó a Roma a la Casa de Santa Ana de los Palafreneros. Sólo en 1916, como ya he dicho, puedo decir que conocí a don Orione. En aquel año, para terminar el Instituto, me habían metido en un colegio dirigido por religiosos muy estrictos. Algo antes de Navidad, sin ningún motivo plausible, me escapé del colegio. Me fui sin darme cuenta de lo que estaba haciendo y sin ninguna meta, simplemente porque, en un momento dado, vi la puerta del patio abierta. Tenía pocas liras en el bolsillo y, naturalmente, iba sin equipaje. Me alojé en el desván de un pequeño hotel, cerca de la estación. Allí me quedé tres días, y me pasaba el tiempo viendo llegar y salir los trenes. Mientras tanto, mi ausencia del colegio fue denunciada a la Comisaría y al tercer día me encontró un policía que me devolvió al colegio, en espera de una respuesta de mi abuela, que, como tutora, era la que tenía que decidir sobre mi futuro. La respuesta de la abuela no tardó mucho; me decía que un tal don Orione estaba dispuesto a aceptarme en su colegio. Se había fijado el encuentro, a través de mi director, en la estación central de Roma, donde, en el día y hora establecidos, encontré a un cura desconocido, no el que yo había visto el año antes entre los escombros de mi pueblo, y yo pensé que don Orione no había podido venir. Se echó al hombro mi equipaje y tomamos el tren. Visto que teníamos que viajar toda la noche, me preguntó si llevaba conmigo algo de leer y si quería un periódico. L’Avanti, respondí yo. Era difícil imaginar una respuesta más impertinente por parte de un colegial. Pero, sin inmutarse, aquel cura bajó del tren y poco después volvió a aparecer y me entregó el periódico. «¿Por qué no ha venido don Orione?», le pregunté. «¡Soy yo don Orione!», me dijo. «Perdóname que no me haya presentado». Me quedé bastante mal por aquella inesperada revelación. Escondí enseguida el periódico y balbuceé algunas excusas por mi presunción de poco antes y por haberle dejado que llevara las maletas. Él sonrió y me confesó su felicidad por poder llevar a veces las maletas. Utilizó una imagen que me gustó enormemente y me conmovió: «Llevar las maletas como un burrito», y me confesó: «Mi vocación –es un secreto que te quiero revelar– sería poder vivir como un auténtico asno de Dios, como un auténtico asno de la Divina Providencia». Así comenzó entre nosotros un diálogo que, salvo alguna breve pausa, duró toda la noche. Don Orione, pese a que nunca antes nos habíamos visto, hablaba con una sencillez, una naturalidad, una confianza desconocidas hasta entonces para mí. Sólo por la noche, cuando se dejó encendida sólo una lámpara, los rasgos de don Orione volvieron a parecerse a los que yo había visto un año antes en mi pueblo. Se lo dije, le recordé la circunstancia de los coches reales. Él me contó sus fatigosas peripecias de aquellos días; me contó que había tardado veintisiete días en recorrer toda la comarca devastada, durante los cuales no había dormido en cama ni había conocido una noche entera de reposo, sino sólo algunas horas en camastros improvisados, sin quitarse los zapatos para no congelarse. En cuanto reunía cierto número de huérfanos o de muchachos abandonados, se los llevaba a Roma y luego volvía inmediatamente al lugar del desastre para salvar a otros. Me hablaba de su mísero origen: su padre hacía un oficio humilde, peó­n caminero, y él de muchacho lo había ayudado a veces en el ingrato oficio.
También más tarde, cuando ya había sido aceptado en el seminario diocesano, para poder tener alojamiento gratis, había tenido que hacer de monaguillo en la catedral. Me contó varios episodios conmovedores sobre su adolescencia. Recordó, entre otros, el primer viaje a Roma para ver al Papa, sólo con un trozo de pan hecho en casa, y cinco liras. Yo sentía un placer infinito oyéndolo hablar de aquella manera: sentía una paz y una serenidad nuevas. Lo que se me quedó grabado era la tranquila serenidad de su mirada. La luz de sus ojos tenía la bondad de alguien que en la vida ha sufrido pacientemente todo tipo de tribulaciones, y por eso conoce las penas más secretas. En ciertos momentos tenía la impresión de que él veía en mí mucho más claro que yo, que incluso veía en mi futuro. «Quisiera decirte algo que no deberías olvidar», me dijo en un momento dado. «Acuérdate de esto: Dios no está sólo en la iglesia. En el futuro no te faltarán momentos de triste desesperación. Aunque te creas solo y abandonado, no lo estarás. ¡Acuérdate de esto!». Me di cuenta de que sus ojos brillaban por las lágrimas. Nunca había encontrado a una persona adulta que se abriera tan sincera y llanamente con un muchacho. Llegamos a San Remo hacia mediodía. Por la noche, cuando don Orione tenía que volver a partir, oí que le encargaba a alguien que me buscara, porque quería despedirse, pero yo me escondí. No quise que me viera llorar. Pocos días después, la mañana de Navidad, recibí su primera carta, una larga, afectuosa y extraordinaria carta de doce páginas. Don Orione me contó, en uno de los viajes que hicimos juntos, que había llegado a Avezzano la noche del 19 de septiembre, uno o dos años después del terremoto, y al día siguiente salió para decir misa. Terminada la misa, llegó una invitación del obispo. Este le preguntó si había sido él quien había llevado la bandera que estaba en el Patronato. Don Orione aseguró que no la había llevado él. Pero el obispo le advirtió que nunca más volviera a ir a la diócesis de los Marsi mientras él viviera. Don Orione lo contaba con tranquilidad, pero con tristeza. Tenía yo casi veinte años y trabajaba de periodista en un periódico muy combatido, por lo que vivía miserablemente, sin que nadie lo supiera. El día de Navidad fui a comer a una trattoria, con poquísimo dinero en el bolsillo, pero al final la cuenta superó la cantidad de la que disponía. El dueño me dijo que le diera mi viejo impermeable como garantía por el dinero que faltaba. Fuera llovía. Salí y me acordé que pocos días antes había visto a don Orione pasar en carroza. Decidí ir a buscarlo a Santa Ana, esperando encontrarlo. El portero me aseguró que estaba, pero no me dejaba entrar. Insistí y mientras hablaba con él, don Orione bajó y después de saludarme se metió una mano en el bolsillo y me dio una cantidad algo superior a lo que debía pagar. Gesto singular el de don Orione, a quien hasta aquel día nunca le había pedido dinero. En un viaje de Cuneo a Reggio Calabria, en el que le acompañé, don Orione quería pararse en Roma porque no tenía dinero para seguir. Pero en la estación de Roma un señor se le acercó y le entregó un sobre. Don Orione, después de darle las gracias, exclamó: «Ahora podemos seguir». Era impresionante su manera de creer en Dios, más presente que las cosas reales, y la caridad que hacía posible el contacto con los interlocutores, cuyo futuro, en ciertos casos, preveía. Dicho esto, y antes de que se le interrogara sobre los artículos, el testigo declaró: «He dicho todo lo que sé de don Orione y no tengo nada más que añadir».


Ignazio Silone
(Roma, 10 de noviembre de 1964, transcripción de su testimonio en el proceso de beatificación de don Orione)




Ignazio Silone, seudónimo del escritor italiano Secondo Tranquilli, nació en Pescina dei Marsi, L’Aquila, el 1 de mayo de 1900 y falleció el 22 de agosto de 1978. En 1915 tuvo que abandonar sus estudios a causa de un terremoto en la Marsica en el que murieron su padre y sus hermanos. Fue miembro de las Juventudes Socialistas y editor del periódico socialista de Roma Avanguardia. Fue uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano (1921), al que representó en el Komintern hasta que abandonó la militancia en 1930 por estar en desacuerdo con las purgas. Dirigió el semanario Vanguardia de Roma y Il Lavoratore, un diario de Trieste. Entre 1930 y 1945 vivió exiliado en Suiza y en 1933 se dio a conocer internacionalmente como novelista con Fontamara. Tras su regreso a Italia, después de la Segunda Guerra Mundial, reanudó su actividad política como miembro del Partido Socialista, siendo diputado de la Asamblea Constituyente de 1945. Antes de su muerte, Ignazio Silone fue presidente de la Asociación para la Libertad de la Cultura en Italia. Sandro Pertini consideró a Ignacio Silone, “el ejemplo de una figura más representativas de la lucha por la libertad, la democracia y la justicia social”.

MAYO 2009

AMIGOS DE DON ORIONE CORDOBA
Queridos Amigos, F E L I Z P A S C U A . . . . .

Como ya les anticipara nuestro asesor el Padre José Ciccoli, lamentablemente no se llevara a cabo nuestro 32º Encuentro de Amigos 2009. en la ciudad de Tucumán como estaba programado. Se nos ha encomendado a los Amigos de Córdoba su organización, gracias a Dios hemos comenzado a trabajar. A continuación les anticipamos lo que conseguimos.


LUGAR. Villa Giardino. CBA.
HOTEL. Colonia Luz y Fuerza.
FECHA. Sábado 12 y Domingo 13 de Septiembre
COSTO. 150.- Pesos -
INCLUYE. Alojamiento –Almuerzo – Cena – del sábado
Desayuno y Almuerzo – del Domingo.
Nos encomendamos en vuestras oraciones para lograr con la ayuda de DIOS un hermoso encuentro y contar con la presencia de todos ustedes. Próximamente les enviaremos más información.
Reciban un fraternal saludo.

AVE MARIA Y ADELANTE.

Roberto R. Nassif - Coordinador Nacional