jueves, 12 de junio de 2008

JUNIO 2008

La rosa que no se marchitaba.
Era el mes de María en Italia y en Europa, mayo de 1872; el P. Miguel Cattáneo –uno de los sacerdotes del pueblito de Pontecurone- quiso ver con sus propios ojos lo que comentaba todo el Pueblo: que una rosa, puesta ante la imagen de la Virgen en el patio de la familia Cazzaniga se mantenía fresca y perfumada, mientras todas las otras se secaban.
- ¿Qué significará esto, Padre? –preguntaban las mujeres del lugar-
- Hace días y días que esa rosa sigue allí sin secarse.
El buen sacerdote confiaba plenamente en el amor maternal de María, así que tras unos momentos de reflexión, respondió de corazón:
- Pues, significara que la Santísima Virgen nos depara alguna gracia muy especial.
No muchos días después, el 23 de junio de ese mismo año de 1872, hubo alegría y fiesta en casa de Victorio Orione y Carolina Feltri: nacía el cuarto hijo, al que bautizaron con dos nombres llenos de significado: Luís –en memoria de un hermanito muerto al nacer, y para que imitara a San Luís Gonzaga- y Juan, porque fue bautizado el día siguiente (24) fiesta de San Juan Bautista, precursor de Jesús. Durante el mes de mayo, mes de Maria, también mama Carolina había ido a rezar y llevar flores ante la imagen de la casa de los Cazzaniga. ¿Habrá sido suya aquella rosa? Y la gracia de la que hablara el P. Cattáneo, ¿seria ese recién nacido?
Así pensaban esas mismas mujeres y todos los del pueblo cuando años después vieron las estupendas obras de Don Orione y sus virtudes, en especial su caridad inmensa hacia los mas pobres y hacia toda forma de miseria moral y física; caridad que se difundía por todas partes en nombre de Jesucristo y a impulsos de su santo amor.

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