sábado, 15 de marzo de 2008

MARZO 2008

Momentos difíciles aquellos de 1897. Los proveedores apremiaban y el dinero no escaseaba, no “faltaba en absoluto”.
Había comenzado la novena de San José. Don Orione, para conseguir la gracia tan deseada, paso varias noches en vela junto a la Eucaristía y a la mañana se le encontraba dormido en la grada del mismo altar.
Entre tanto el panadero se negaba a fiar mas pan y los demás acreedores acudían de continuo, alzaban la voz, se desahogaban; pero debían despedirse sin conseguir nada. Para librarse del tormento de tan mortificantes asedios, Don Orione le da al portero la orden de no dejar pasar a nadie.
Se presenta un desconocido y pide entrar en la Dirección, porque debe hablar con Don Orione para un asunto urgente. El portero, fiel a la consigna, le observa que tiene orden de no dejar pasar a ninguno. Insiste el desconocido y entonces el portero se encoge de hombros y se dirige a anunciarlo.
-“Pero, a propósito –dice- ¿a quien debo anunciar?”
-“No importa el nombre, no importa”.
El portero sube hasta Don Orione y le refiere el caso.
-“¿Pero no te ha dicho quien es?” –pregunta el Director.
-“No me lo ha querido decir”.
-“Bueno veamos”.
Un minuto después el desconocido estaba frente a Don Orione y lo interrogaba sobre su salud y sobre su Obra. Cuando Don Orione hubo satisfecho sus preguntas, saco del pecho un sobre y se lo entrego diciendo: -“Esto es para usted”.
Y se dispuso para retirarse.
Don Orione lo miro y se quedo impresionado ante el aspecto de serenidad que manaba de aquel rostro encuadrado en una barba rubia e iluminado por dos ojos azules, dulcísimos.
-¿Me quiere decir su nombre para que yo sepa . . .?”
El desconocido bienhechor respondió con amable sonrisa:
-“No importa, no importa”.
Y hecha una inclinación se retiro.
Don Orione abrió entonces el sobre y vio que contenía mil liras. Nunca vista, toda junta, una Providencia semejante.
Salto librándose de la silla y de la mesa, y abrió la puerta para llamar a tan buena persona; pero no le dio tiempo para verla. Entonces bajo las escaleras y ordeno al portero seguir al desconocido, llamarlo, o al menos saberle decir donde iba. El portero no sabía nada. Por ahí no había salido nadie.
Todavía y para cerciorarse más, salio hasta el medio de la calle y busco hacia derecha e izquierda, pero no le fue posible individualizarlo.
Don Orione, hablando de este hecho con su confesor Mons. Novelli, oyó decirle que muy bien podía ser San José, venido a traerle el regalo de la Providencia. Y como el arguyera que le parecía muy joven el visitante desconocido, Mons. Novelli replico que también San José “era joven”.
No hay necesidad de añadir que las mil liras pasaron inmediatamente de las manos del ecónomo Don Risi a las de los acreedores más importantes, quedándole a la tarde apenas unas doscientas.




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